jueves, 6 de enero de 2011

A Cartagena de Indias de improviso (II)

El viernes salimos a rumbear con los de Miami por uno de los locales de la Calle del Arsenal, el ‘Míster Babilla’, atiborrado de gente, alborozo, turistas, ron, aguardientes, sillas y mesas. En el paseo previo, una camarera de uno de las terrazas-pizzería de la Plaza de Santo Domingo nos había recomendado ir a otro en la zona de la Torre del Reloj, el ‘Tu candela’, al que fuimos después. Resultó ser muy parecido al anterior, pero con un ambiente de chicas más cargado y ‘extraño’. Cuando cerraron, la fiesta seguía en el ‘Electra’.

Plaza de Santo Domingo

La sorpresa fue al entrar, cuando nos topamos con una proporción de mujeres por hombre inusual, bailando en grupitos, lanzando muchas sonrisas y guiños sugerentes a cualquiera que pasara a su lado. No creo exagerado afirmar que el cien por cien de ellas estaba trabajando. En un momento de la noche, dos chicas se acercaron de espaldas, una de ellas muy borracha, que se cayó encima de Jesús, la otra se dio la vuelta para sujetarla y resultó ser la camarera que nos había atendido unas horas antes. Una chica de lo más normal, de unos 20 o 22 años, que más tarde intentaba seducir a un estadounidense cincuentón. Así es como descubrimos uno de los ‘tesoros’ escondidos de Cartagena de Indias para los turistas de los EEUU; un local de difícil definición, paraíso de mujeres bonitas que, lejos de ser prostitutas, se convierten en señoritas de compañía por una cifra de unos cuantos ceros en pesos. Al cierre, ya con el día iniciado, los taxis se encargaban de desalojar a un sinfín de parejas y tríos variopintos, la mayoría de ellos de unión naturalmente complicada sin papelitos azulados con la estampa de Jorge Isaacs de por medio.

El sábado había empezado despejado y con un sol prometedor. El plan inicial era acercarse a la isla de Barú y pasar el día en Playa Blanca, ya que las playas de Cartagena están algo degradadas por el puerto y la actividad industrial. Después del ‘Electra’, hicimos tiempo sentados en la muralla intentando no dormirnos. Pero cometimos el ‘error’ de volver al hotel y descansar ‘media horita’, antes de ir al muelle a por las lanchas que navegan a las islas. El error se convirtió en decisión acertada cuando una hora después comenzó a llover de forma torrencial durante unas cuatro o cinco horas. Eso sí, los truenos no nos impidieron dormir plácidamente hasta la hora de comer.

El plan cambió y fuimos a visitar el Castillo de San Felipe de Barajas. Desde el taxi vimos cómo gran parte de la ciudad nueva había quedado inundada. Como siempre y en cualquier sitio hay alguien que está dispuesto a ganar unas monedas ante cualquier oportunidad, allí había quien iba colocando cajas de plástico al paso de los peatones para cruzar la calle sin mojarse. Ya en la entrada del fuerte, nos abordó un ‘asesor turístico’ de oferta fácil y rápida ocurrencia. Nos agregó a un grupo de turistas colombianos para hacer una visita guiada a la fortificación a mejor precio que el de la taquilla y nos convenció —en realidad convenció a Jesús, y Jesús a nosotros— para subir a una chiva —una buseta colorista convertida en rumbeadero móvil— y hacer un recorrido turístico por la ciudad, visitar unos museos y, ya en la noche, participar en la ‘integración vallenata’.

Castillo de San Felipe de Barajas

Inundaciones

«Más de quince chivas, convención de enfermeras panameñas y costarricenses. Estaremos recorriendo la ciudad a ritmo de vallenato. Una botella de aguardiente, tu cubito con hielos, aquí dejas tu vaso higiénico. Cuando la botella se termina, la pasas hacia delante y te devuelven una llena. Hacemos una parada en la muralla, 32 bóvedas, allí cenamos, picadas, empanadas, buena comida colombiana. Las demás chivas irán llegando y habrá un gran festival de ‘integración vallenata’. Solteros a un lado, solteras a otro. Rumba, amigos. Después volvemos a la chiva y les dejamos en una discoteca del centro, no hay que pagar cover, tenéis un cóctel de bienvenida. Todo por 30.000 pesos», fue el discurso de convencimiento.

Llevados con media hora de retraso al lugar acordado por la insistencia de Jesús, nos subimos a una chiva llena de padres e hijos armados con maracas, algún jubilado y los tres amiguetes del conjunto vallenato. Yo le compré a un vendedor una especie de guacharaca artesanal, un ‘rasca-rasca’ en toda regla. Y con él pasé aquella noche entretenido siguiendo el ritmo del acordeón y la caja vallenata.

La chiva dio vueltas y más vueltas por el barrio de Bocagrande hasta que aparcó en Las Bóvedas —que son 23—, nos bajamos y poco a poco fue llegando la gente de las otras 4 o 5 chivas que nos acompañaban. Tal populacho atrajo la atención de los vendedores de la zona —y de los no tan de la zona; allí nos tanteó otra vez uno al que Jesús había comprado tres paquetes de tabaco en la otra parte de la ciudad—. La horda de vendedores de tabaco y chicles, sombreros, souvenirs, bebidas y comidas iba tomando al asalto la pequeña explanada sobre la muralla y mezclándose entre los turistas, que rodeábamos boquiabiertos a un cuarteto de negros que bailaba frenéticas danzas tribales al son de la percusión. Un espectáculo. Y, casualidades de la vida, en nuestra chiva resulta que también venía el matrimonio bogotano con el que compartí sillas en el avión; nos saludamos afectuosamente, nos hicimos fotos y nos invitaron a guaro de una media botella que la señora llevaba en el bolso. Un brindis por la juventud a los 50.

Las Bóvedas

Chiva

Terminada la 'integración vallenata', nuestro guía y animador de la chiva se sacó una nevera portátil de la manga y nos ofreció la cena: arepas de huevo y empanadas, que duraron menos que un caramelo a la puerta de un colegio.

La chiva partió de nuevo y finalmente hacia la discoteca de la Calle del Arsenal. Nos bajamos y entramos; efectivamente, no pagamos cover, porque el local era de entrada libre. Inocente de mí, fui a la primera barra a pedir mi cóctel de bienvenida. El camarero se extrañó y yo le expliqué. Dudó, pero hizo ademán de prepararme algo, hasta que me dijo que no, que no podía. Más tarde Jesús e Ignacio me contaron cómo el guía de la chiva me había visto y estaba haciéndole aspavientos desde atrás al camarero y diciéndole que no sirviera nada. De todas formas acabamos agradeciendo a Jesús su ciega confianza y fe en los charlatantes, ya que la noche fue muy divertida.

El domingo amaneció radiante, nos despertamos más o menos pronto y fuimos al muelle para montar en una de las lanchas que van a las islas de Barú y Rosario, con arenas blancas y aguas limpias. Aceptamos ir en una con ida y vuelta y almuerzo: «Directa, sin paradas, en media hora llegamos a Playa Blanca, Barú». Resultado, una hora y media y con varias paradas. Al menos pudimos disfrutar de un buen día de sol y baños en el Caribe.

Fuerte de San Fernando de Bocachica

Playa Blanca, Isla de Barú

Muelle de Los Pegasos



Ya en la noche nos sonrió la suerte y los chicos de Copa Airlines nos ofrecieron a Jesús y a mí ir en el vuelo directo a Bogotá que salía poco después que el nuestro, así que no tuvimos que dormir cuatro horas en el aeropuerto de Cali.

Esta fue tan solo una visión y experiencia de Cartagena de Indias; ya estoy pensando en volver y buscar más autenticidad.

martes, 4 de enero de 2011

Tres meses de cuentos peregrinos

Exactamente tres meses han pasado desde que llegué a esta tierra. Hemos cambiado calendario y agenda y me sorprende comprobar cómo los planes muchas veces son tan volátiles, tan cambiantes y el futuro es tan inescrutable. Echando la vista atrás una medida de tiempo tan cíclica y humana como es un año, en el preciso momento de tomar la última uva al marcar de la última de las campanadas que ponían fin a 2009 y abrían las puertas de 2010, no podría ni siquiera haber imaginado que un año después habría estado alzando una copa de champán en Medellín, República de Colombia; rodeado de personas con las que la vida no me había hecho coincidir, hasta tres meses atrás. Inigualables personas con las que compartir doce meses de cuentos peregrinos.

¡Feliz 2011! ¡Que todos vuestros planes se cumplan; o mejor, que no se cumplan!

Nochevieja en la discoteca Mango's Medellín

«La meta es partir.» — Giuseppe Ungaretti.