miércoles, 18 de mayo de 2011

Nomenclatura en el Distrito Capital

La nomenclatura urbana en Bogotá sigue unas pautas concretas con el fin de regular y establecer un sistema de ordenación de calles, carreras y predios. Recientemente, el sistema se modificó, por lo que todavía es común encontrarse en las intersecciones de las vías y en la entrada de los edificios una numeración tachada con una línea roja; son las 'direcciones antiguas'.

El sistema actual denomina 'calles' a las vías en dirección este-oeste y 'carreras' a las vías en dirección norte-sur. Por lo tanto, dejaron de existir las 'transversales' y las 'diagonales' como tal, excepto en algunos lugares donde las vías discurren de forma diagonal.

Al recién llegado europeo, más acostumbrado a los nombres propios, puede resultarle confuso; Jesús, el exbecario IDEPA, se construyó una especie de idea mnemotécnica que puede ayudar: imaginando que se quiere disputar una carrera a toda velocidad por una vía, en una calle uno se chocaría contra los cerros, que delimitan la ciudad por todo el este; mientras que si fuese en una carrera, podría completarla 'corriendo' sin obstáculos, pues va de norte a sur, a lo largo de toda la ciudad.

Avenida Pepe Sierra con Carrera 15

Placas con direcciones nuevas y antiguas conviven

Las carreras parten de los cerros. Comienzan en la Carrera 1 y van incrementándose siempre hacia el oeste: Carrera 2, Carrera 3, etc. Por su parte, las calles nacen del 'punto cero' establecido, en este caso, en la esquina del Capitolio Nacional, y crecen hacia el norte con la denominación 'limpia': Calle 1, Calle 2, etc. y hacia el sur, con la distinción: Calle 1 Sur, Calle 2 Sur, etc. Además, como las laderas de los cerros no son 'regulares', sino que entran y salen dentro del trazado urbano, también se pueden encontrar algunas vías con la denominación de Calle 1 Este, Calle 2 Este, etc. Las diagonales van del este al oeste, como las calles, y las transversales de sur a norte, como las carreras.

Las vías coloniales de la zona de La Candelaria y las más singulares o principales, como la Avenida de Pepe Sierra o la de Caracas, aparte de su correspondencia en el sistema numérico, también ostentan nombre propio. Asimismo, algunas vías llevan una letra detrás, esto es, una vez más, porque al no ser perfecto el trazado urbano de las vías, hay algunas callejuelas o vías que no discurren de este a oeste o de norte a sur a lo largo de toda la ciudad, sino que existen solo en algún tramo; entonces se le añade el 'bis' o una letra: A, B, C, D, etc. Por lo tanto, la Carrera 19 A siempre estará hacia el oeste entre la Carrera 19 y la Carrera 20.

Una dirección típica en Bogotá, por ejemplo, la del Hotel Quinto Bar, es: Cl. 84 BIS #13-17. ¿Cómo se interpreta? Muy fácil. En la dirección viene indicada primero la calle o la carrera, lo que significa por dónde se accede al predio y que llamaremos vía principal. En este caso, la dirección nos alerta de que la entrada al rumbeadero es por la Calle 84 BIS y no por la Carrera 13. Después viene el símbolo de almohadilla (#) o la abreviatura de número (Nº), que será la calle o la carrera, dependiendo de lo anterior, en el ejemplo, la Carrera 13, y que diremos vía secundaria. Tras el guión aparece el número del edificio, que además expresa la distancia que hay en metros hasta la intersección calle-carrera. Los pares corresponden con los predios de la cuadra de la derecha en el sentido de crecimiento de la vía principal (calles hacia el oeste y carreras hacia el norte) y los impares con los de la izquierda. Al final también puede venir indicado el apartamento, la oficina, etc.

Zona T

Siguiendo con lo anterior y en el caso contrario, es decir, que la entrada sea por la carrera y no por la calle, como sucede en La Gran Terraza, cuya dirección es: Cr. 13 Nº83-75, la cuadra (lado de la manzana) en la que se encuentra toma en su dirección la calle menor de las dos que la delimitan. Por ejemplo, si uno va caminando por la carrera 13 hacia el norte va a ir cruzándose con las calles 82, 83, etc., en el tramo que va de la 83 a la 84, los portales de las cuadras a izquierda y derecha serán de la calle 83 y no de la 84. Por supuesto, lo mismo se aplica en el caso de entrada por calle, y se toma la carrera menor.

Croquis explicativo

En una ciudad tan extensa como la capital de Colombia, este sistema numérico es óptimo, pero es importante conocerlo. Con tan solo saber dónde se está y adónde se quiere ir, permite orientarse rápido y calcular la distancia —y el tiempo a pie, porque el de vehículo más o menos es aleatorio—, ya que una cuadra viene a tener entre 100 y 150 metros. Si no, pues siempre se puede preguntar, que preguntando se llega a Roma.

El cambio de nomenclatura

La Alcaldía Mayor de Bogotá D.C., bajo la administración de Antanas Mockus, comenzó en 2001 la ardua tarea de cambiar la nomenclatura hacia la actual.

Las primeras localidades en cambiar sus direcciones fueron Ciudad Bolívar, con más de 300.000 predios y Chapinero. Entre 2002 y 2003, el proceso continuó en Bosa y Kennedy, y en 2004 en Engativá y parte de Fontibón. Para estas dos localidades se requirió una inversión de 800 millones de pesos. El resto de localidades fueron actualizando sus direcciones de acuerdo al presupuesto disponible.

Enlaces de interés

miércoles, 13 de abril de 2011

Un domingo en la ciclovía

Tras la fiesta ininterrumpida que aquel viernes se pegaron algunos —otros elegimos dormir mientras pudimos— con música francesa del francés, barbacoa en la terraza al sol de las seis de la mañana y cervezas posteriores en la hierba del parque de enfrente de casa hasta la hora de comer —qué bien vivís—, llegó el domingo; y a las 10 de la mañana alquilamos unas bicis con la idea de, aprovechando la ciclovía dominical, recorrer algunas de las principales avenidas de la ciudad, ahora despejadas de coches y busetas y abiertas a los viandantes.

Ciclovía a su paso por la Carrera 15 con Pepe Sierra

Colombian Bikes Calle 116

El alquiler de la bicicleta nos costó 20.000 pesos, desde más o menos las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde; hora en que termina el horario de ciclovía y el tráfico recupera su normalidad.

El día había amanecido despejado y el sol de enero caía directo y con fuerza sobre Bogotá, se dejaba sentir en la piel. Así que, un poco de protector solar en la nariz, hombros y cogote; y a pedalear.

La meta era el Parque Simón Bolívar, que está conformado en realidad por varios parques, los cuales consiguen reunir una extensión cercana a las 400 hectáreas, mayor en conjunto que el Central Park de Nueva York. Cuenta con un lago, una playa artificial, un recinto de conciertos, un templete para celebrar eucaristías, un complejo acuático, un centro de alto rendimiento, un palacio de deportes, la Biblioteca Virgilio Barco, un parque de atracciones y acuático y un jardín botánico. Es el principal pulmón de la capital y un estupendo lugar de esparcimiento para los bogotanos.

Ignacio haciendo el pino

Playa artificial del Parque Simón Bolívar

Salíamos de la Calle 116 con Carrera 17 y teníamos que llegar hasta la Calle 62 con Carrera 68, es decir, una tirada. Fuimos 'ganando' carreras siguiendo la 116 hacia el oeste (también conocida como Avenida Pepe Sierra, el más importante terrateniente de Bogotá) hasta que esta se convierte en la Avenida de Boyacá (Carrera 72) y avanza hacia el sur, con lo cual iríamos perdiendo calles.

En realidad no estudiamos el recorrido, yo había echado un vistazo al mapa antes de salir y más o menos sabíamos que era por la Carrera 68 hacia el sur, así que nos limitamos a dejarnos llevar por la ciclovía. Cuando llegamos a un punto de la Avenida Boyacá, preguntamos y nos indicaron que era hacia el este. Tuvimos que salirnos de lo acotado e internarnos por un barrio y callejear. La sensación fue de trasladarse a cualquier otro pueblo de Colombia, fuera de la ciudad. Casas bajas unifamiliares, cigarrerías y negocios de todo tipo, puestos de comida, música...

Gracias al sistema numérico de organización urbana de las ciudades americanas es bastante fácil orientarse y lo encontramos sin problemas. A la entrada se agolpaba una multitud de puestos ambulantes y de comida: perritos calientes, hamburguesas, chuzos, obleas, fruta, helados e incluso alguna cosa típica de Bogotá. Ya dentro del recinto la gente estaba simplemente disfrutando del día; lo típico en un parque: personas tomando el sol, equipos uniformados dando patadas a un balón, parejas acarameladas sentadas en la puerta de su iglú —era curioso que había muchas tiendas de campaña— o remando en el estanque, niños divirtiéndose con la arena de la playa artificial, deportistas, familias de pic-nic...

Entrada al parque por la Carrera 68

Jerome, Ignacio, Álvaro y Adrián

Virginia y Stefania

Nosotros fuimos a por algo de comer, nos tiramos un rato en la hierba y dimos unos toques a un balón que nos prestó un rastafari que pasaba por allí. Creemos que los músculos de Adrián, que fue el que se lo pidió, lo intimidaron y ya no volvió para reclamarlo. Tuvimos que buscar al muchacho y devolvérselo.

Cuando pasó el tiempo que nos quedaba, emprendimos el camino de vuelta. Yo notaba que la bicicleta que me habían dado no funcionaba bien y al final uno de los pedales acabó por salirse. Paramos en una gasolinera que tenía también un taller de coches para que lo ajustaran, pero pasados 10 minutos ya se había salido otra vez. Ignacio se ofreció a turnarse con mi bici y volvimos a casa enganchados el uno al otro para ayudar al que no podía pedalear.



El resultado del día fue que, a pesar del protector solar, todos terminamos con la piel quemada, como cualquier guiri del Mediterráneo español.

jueves, 6 de enero de 2011

A Cartagena de Indias de improviso (II)

El viernes salimos a rumbear con los de Miami por uno de los locales de la Calle del Arsenal, el ‘Míster Babilla’, atiborrado de gente, alborozo, turistas, ron, aguardientes, sillas y mesas. En el paseo previo, una camarera de uno de las terrazas-pizzería de la Plaza de Santo Domingo nos había recomendado ir a otro en la zona de la Torre del Reloj, el ‘Tu candela’, al que fuimos después. Resultó ser muy parecido al anterior, pero con un ambiente de chicas más cargado y ‘extraño’. Cuando cerraron, la fiesta seguía en el ‘Electra’.

Plaza de Santo Domingo

La sorpresa fue al entrar, cuando nos topamos con una proporción de mujeres por hombre inusual, bailando en grupitos, lanzando muchas sonrisas y guiños sugerentes a cualquiera que pasara a su lado. No creo exagerado afirmar que el cien por cien de ellas estaba trabajando. En un momento de la noche, dos chicas se acercaron de espaldas, una de ellas muy borracha, que se cayó encima de Jesús, la otra se dio la vuelta para sujetarla y resultó ser la camarera que nos había atendido unas horas antes. Una chica de lo más normal, de unos 20 o 22 años, que más tarde intentaba seducir a un estadounidense cincuentón. Así es como descubrimos uno de los ‘tesoros’ escondidos de Cartagena de Indias para los turistas de los EEUU; un local de difícil definición, paraíso de mujeres bonitas que, lejos de ser prostitutas, se convierten en señoritas de compañía por una cifra de unos cuantos ceros en pesos. Al cierre, ya con el día iniciado, los taxis se encargaban de desalojar a un sinfín de parejas y tríos variopintos, la mayoría de ellos de unión naturalmente complicada sin papelitos azulados con la estampa de Jorge Isaacs de por medio.

El sábado había empezado despejado y con un sol prometedor. El plan inicial era acercarse a la isla de Barú y pasar el día en Playa Blanca, ya que las playas de Cartagena están algo degradadas por el puerto y la actividad industrial. Después del ‘Electra’, hicimos tiempo sentados en la muralla intentando no dormirnos. Pero cometimos el ‘error’ de volver al hotel y descansar ‘media horita’, antes de ir al muelle a por las lanchas que navegan a las islas. El error se convirtió en decisión acertada cuando una hora después comenzó a llover de forma torrencial durante unas cuatro o cinco horas. Eso sí, los truenos no nos impidieron dormir plácidamente hasta la hora de comer.

El plan cambió y fuimos a visitar el Castillo de San Felipe de Barajas. Desde el taxi vimos cómo gran parte de la ciudad nueva había quedado inundada. Como siempre y en cualquier sitio hay alguien que está dispuesto a ganar unas monedas ante cualquier oportunidad, allí había quien iba colocando cajas de plástico al paso de los peatones para cruzar la calle sin mojarse. Ya en la entrada del fuerte, nos abordó un ‘asesor turístico’ de oferta fácil y rápida ocurrencia. Nos agregó a un grupo de turistas colombianos para hacer una visita guiada a la fortificación a mejor precio que el de la taquilla y nos convenció —en realidad convenció a Jesús, y Jesús a nosotros— para subir a una chiva —una buseta colorista convertida en rumbeadero móvil— y hacer un recorrido turístico por la ciudad, visitar unos museos y, ya en la noche, participar en la ‘integración vallenata’.

Castillo de San Felipe de Barajas

Inundaciones

«Más de quince chivas, convención de enfermeras panameñas y costarricenses. Estaremos recorriendo la ciudad a ritmo de vallenato. Una botella de aguardiente, tu cubito con hielos, aquí dejas tu vaso higiénico. Cuando la botella se termina, la pasas hacia delante y te devuelven una llena. Hacemos una parada en la muralla, 32 bóvedas, allí cenamos, picadas, empanadas, buena comida colombiana. Las demás chivas irán llegando y habrá un gran festival de ‘integración vallenata’. Solteros a un lado, solteras a otro. Rumba, amigos. Después volvemos a la chiva y les dejamos en una discoteca del centro, no hay que pagar cover, tenéis un cóctel de bienvenida. Todo por 30.000 pesos», fue el discurso de convencimiento.

Llevados con media hora de retraso al lugar acordado por la insistencia de Jesús, nos subimos a una chiva llena de padres e hijos armados con maracas, algún jubilado y los tres amiguetes del conjunto vallenato. Yo le compré a un vendedor una especie de guacharaca artesanal, un ‘rasca-rasca’ en toda regla. Y con él pasé aquella noche entretenido siguiendo el ritmo del acordeón y la caja vallenata.

La chiva dio vueltas y más vueltas por el barrio de Bocagrande hasta que aparcó en Las Bóvedas —que son 23—, nos bajamos y poco a poco fue llegando la gente de las otras 4 o 5 chivas que nos acompañaban. Tal populacho atrajo la atención de los vendedores de la zona —y de los no tan de la zona; allí nos tanteó otra vez uno al que Jesús había comprado tres paquetes de tabaco en la otra parte de la ciudad—. La horda de vendedores de tabaco y chicles, sombreros, souvenirs, bebidas y comidas iba tomando al asalto la pequeña explanada sobre la muralla y mezclándose entre los turistas, que rodeábamos boquiabiertos a un cuarteto de negros que bailaba frenéticas danzas tribales al son de la percusión. Un espectáculo. Y, casualidades de la vida, en nuestra chiva resulta que también venía el matrimonio bogotano con el que compartí sillas en el avión; nos saludamos afectuosamente, nos hicimos fotos y nos invitaron a guaro de una media botella que la señora llevaba en el bolso. Un brindis por la juventud a los 50.

Las Bóvedas

Chiva

Terminada la 'integración vallenata', nuestro guía y animador de la chiva se sacó una nevera portátil de la manga y nos ofreció la cena: arepas de huevo y empanadas, que duraron menos que un caramelo a la puerta de un colegio.

La chiva partió de nuevo y finalmente hacia la discoteca de la Calle del Arsenal. Nos bajamos y entramos; efectivamente, no pagamos cover, porque el local era de entrada libre. Inocente de mí, fui a la primera barra a pedir mi cóctel de bienvenida. El camarero se extrañó y yo le expliqué. Dudó, pero hizo ademán de prepararme algo, hasta que me dijo que no, que no podía. Más tarde Jesús e Ignacio me contaron cómo el guía de la chiva me había visto y estaba haciéndole aspavientos desde atrás al camarero y diciéndole que no sirviera nada. De todas formas acabamos agradeciendo a Jesús su ciega confianza y fe en los charlatantes, ya que la noche fue muy divertida.

El domingo amaneció radiante, nos despertamos más o menos pronto y fuimos al muelle para montar en una de las lanchas que van a las islas de Barú y Rosario, con arenas blancas y aguas limpias. Aceptamos ir en una con ida y vuelta y almuerzo: «Directa, sin paradas, en media hora llegamos a Playa Blanca, Barú». Resultado, una hora y media y con varias paradas. Al menos pudimos disfrutar de un buen día de sol y baños en el Caribe.

Fuerte de San Fernando de Bocachica

Playa Blanca, Isla de Barú

Muelle de Los Pegasos



Ya en la noche nos sonrió la suerte y los chicos de Copa Airlines nos ofrecieron a Jesús y a mí ir en el vuelo directo a Bogotá que salía poco después que el nuestro, así que no tuvimos que dormir cuatro horas en el aeropuerto de Cali.

Esta fue tan solo una visión y experiencia de Cartagena de Indias; ya estoy pensando en volver y buscar más autenticidad.

martes, 4 de enero de 2011

Tres meses de cuentos peregrinos

Exactamente tres meses han pasado desde que llegué a esta tierra. Hemos cambiado calendario y agenda y me sorprende comprobar cómo los planes muchas veces son tan volátiles, tan cambiantes y el futuro es tan inescrutable. Echando la vista atrás una medida de tiempo tan cíclica y humana como es un año, en el preciso momento de tomar la última uva al marcar de la última de las campanadas que ponían fin a 2009 y abrían las puertas de 2010, no podría ni siquiera haber imaginado que un año después habría estado alzando una copa de champán en Medellín, República de Colombia; rodeado de personas con las que la vida no me había hecho coincidir, hasta tres meses atrás. Inigualables personas con las que compartir doce meses de cuentos peregrinos.

¡Feliz 2011! ¡Que todos vuestros planes se cumplan; o mejor, que no se cumplan!

Nochevieja en la discoteca Mango's Medellín

«La meta es partir.» — Giuseppe Ungaretti.